El humo ha estado vinculado a la vida social y espiritual del pueblo mapuche desde tiempos inmemoriales. Al interior de la ruca, la técnica del ahumado permite conservar los alimentos necesarios para la supervivencia. Las machis lo utilizan como medio para vincularse con las fuerzas superiores, y los yerbateros, como catalizador de las propiedades curativas de las plantas. Incluso en las prácticas funerarias el humo cumplía un papel fundamental: hasta fines del siglo XIX se practicó la costumbre de ahumar los cadáveres, no solo con el fin de preservarlos por más tiempo, sino, sobre todo, de facilitar el tránsito del alma del difunto a la esfera espiritual.
En sus dimensiones ritual, política y medicinal, el manejo del humo en la cultura tradicional mapuche está sujeto a estrictos protocolos cuya ejecución se reserva a especialistas, lo que refleja el profundo valor simbólico que se atribuye a este elemento. Entre los diversos modos de emplearlo destacan los sahumerios, las aspersiones, las columnas de humo y, desde luego, las prácticas fumatorias, que tenían un sentido muy distinto del que poseen en la sociedad occidental.
Expresión de poder
En la sociedad mapuche, fumar no era un acto recreativo, sino una práctica normada y restringida a ciertos ámbitos específicos de la vida social, religiosa y política. Las machis, por ejemplo, consumían por esta vía ciertas hierbas con propiedades narcóticas para facilitar su proceso de trance, mientras que los jugadores de palín invocaban la ayuda de los ancestros fumando en pipas de uso colectivo antes de una partida. Fue, sin embargo, en el contexto sociopolítico donde esta práctica adquirió una connotación única.
Dentro del complejo mapa de relaciones de poder que caracterizó a la sociedad mapuche a partir del siglo XVIII, la utilización de kitras –pipas de plata con estilizadas decoraciones– estuvo estrechamente asociada al ejercicio del poder por parte de las autoridades tradicionales. En las reuniones que sostenían, los líderes políticos fumaban plantas como canelo, maqui, boqui y tabaco del diablo para potenciar su sabiduría en la toma de decisiones estratégicas y fomentar los vínculos de cooperación y solidaridad entre las comunidades que representaban. Se trataba, en definitiva, de un acto ceremonial fuertemente pautado, esencial para sostener y afianzar la jerarquía social.
En este contexto, la kitra se transformó en un artefacto de poder, representativo del estatus de su dueño y portador de profundos mensajes relativos a la autoridad que la usaba. Si bien las había de hueso, madera o cerámica, un lonko respetado debía llevar una de plata, material asociado a la más alta jerarquía.
Las kitras bajo la mirada de un experto tradicional
Juan Painecura Antinao, rüxafe o especialista en platería mapuche, ha investigado por dos años los más de 90 objetos de este tipo que conserva el Museo Regional de la Araucanía. A la luz de su conocimiento –no solo de las prácticas y técnicas propias de dicho oficio, sino también de la historia y cosmovisión mapuche–, analizó un conjunto de seis kitras, a fin de establecer sus características técnicas, función y contenido simbólico. Sus conclusiones reflejan el tránsito histórico de estos objetos: de cruciales instrumentos de poder, entendimiento y cohesión social, a reliquias despojadas de sentido.
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